La infanta Elena debe estar cabreada como una mona porque ya no se ocultan los chanchullos de su padre y para una hija tener un padre corrupto es una ful de Estambul. Porque si los justificas –los chanchullos–, malo. Y si no los apruebas, peor. Porque a ver con qué careto te vas tú a la cama todas las noches sabiendo que tu padre ha ejercido más de golfo que de rey durante los años de su reinado. El proceso de asumir que su abuelo pasará a la historia como un rey corrupto también debe ser duro para Victoria Federica. Cuando antes lo acepte mejor, pero a mí me parece que está más por la labor de seguir disfrutando frívolamente de la vida, haciendo caja sin tener ningún mérito y paseándose por nuestro país como si la monarquía viviera tiempos de gloria. Mala cosa, Victoria Federica, mala cosa. Rebaja un poco el pistón y vete adoptando un perfil bajo durante algún tiempo porque, como sigas tan antipática, te van a pasar por la guillotina mediática en un suspiro. A mí, por ejemplo, ya me empiezas a producir rechazo. No tanto como tu madre, pero por ahí van los tiros. Escribo la palabra “tiros” y me acuerdo de Onieva. ¿Lo habrá acribillado ya Tamara o le ofrecerá una duodécima oportunidad? Cuando parece que las cosas no pueden ir peor me encuentro con Esperanza Aguirre. No me gusta encontrarme a los políticos fuera de su hábitat porque algunos de ellos son hasta simpáticos. Habla Esperanza Aguirre en un plató o en una cadena de radio y me dan ganas de tomar arsénico a espuertas. Me la encuentro por los pasillos de Mediaset y hasta bromeo con ella: “Oye, que convoquen las elecciones pronto porque menudo ‘bluff’ es Feijóo. Si tardamos en votar vais a acabar debiendo escaños”. Se ríe. Estoy a punto de preguntarle cuál es su pintura favorita de Goya, pero me callo. Por hoy ya está bien con la bromita.