Siete en punto de la mañana en Miami. Antes de ir a desayunar le decimos a la señorita de recepción que nos prepare un taxi para las ocho y cuarto de la mañana con dirección al aeropuerto. El taxi no aparece a la hora. Tarda media hora. En el aeropuerto, un pifostio de narices. Una cola tremenda para facturar, pero el señor que estaba el primero nos deja pasar. Sin embargo, la señora del mostrador nos dice que a la cola. “A lo mejor hay gente en la cola que también quiere volar a Puerto Rico, como usted”. “¿Me deja preguntarles?”. “No. A la cola”. Para que luego digan que hablando se entiende la gente. Volábamos a Puerto Rico, sí, pero finalmente perdimos el vuelo. Lista de espera hasta el siguiente, que también está hasta los topes. Y el siguiente, más de lo mismo. Bajón. Porque todo el asunto era ver a Paloma San Basilio en Miami –que la vimos– y el domingo por la tarde en Puerto Rico, que estaba por ver porque el concierto era a las cinco de la tarde y el único vuelo que nos servía, aparte del nuestro, era el siguiente, el de las doce y diez. Para amenizar la espera, a las diez de la mañana, C. se empujó dos refrescos de cola bien grandes y una hamburguesa, y yo, los mismos refrescos pero con cuatro bolas de vainilla. Que conste que acabábamos de desayunar en el hotel. Finalmente, sí, cogimos el vuelo. Y aquí vamos, enlataditos en el avión dispuestos a ver a Paloma San Basilio en menos de 24 horas. Yo es que lo necesito, porque del concierto de ayer me enteré más bien poco porque estaba flotando.
40 años siguiendo a una cantante ya son años, qué barbaridad. En Miami había mogollón de gente y en Puerto Rico lo tiene todo vendido desde hace varios días. Alucino con su control de la voz. Antes tiraba mucho de agudos y elementos muy efectistas para enardecer al personal. Ahora, con una carrera hecha a base de muchos kilómetros y mucho sacrificio, controla su instrumento a su antojo y lo maneja de una manera prodigiosa. A veces parece que su voz se va a quebrar y, de repente, resurge para plantarse con potencia y reivindicar su leyenda. Da la impresión de que San Basilio actúa ahora de la misma manera que se enfrenta a la vida. Firme pero delicada. Coqueta y juguetona. Dicen que son 70 años, pero a mí ya me parece eterna. En Puerto Rico, más de lo mismo. Paloma pasea por el escenario como flotando y se mete al público en el bolsillo cantando ‘Despacito’. Al final la despedimos de pie, que es como se muestra el respeto a las grandes. Después del concierto salimos a tomar algo y unos muchachos nos cuentan con total tranquilidad que llevan pistolas en las cinturas. Por si acaso. Nos las muestran y nos quedamos de piedra.