Es una de las personas más celosas de su vida privada que conozco, pero el viernes no pudo aguantar más y decidió compartir con la audiencia un grandísimo sueño que lleva acariciando desde hace años: el próximo mes de febrero será papá de dos niñas, Jimena y Abril. Se me puso un nudo en la garganta cuando explicó, muy emocionado, cómo estaba viviendo el proceso.
Quienes no lo conocen lo califican de despiadado, cruel y traicionero. Sin embargo, quienes llevamos a su lado muchos años lo adoramos. Profesionalmente es una de las personas que más y mejor conoce el medio. Controla el ritmo televisivo con maestría y posee un olfato innato para detectar cuándo tiene que armar bulla y cuándo debe permanecer en silencio. Y en cuanto a su calidad humana, a mí me tiene enamorado. Es tierno, sensible, cariñoso con mesura, divertido. Se deshace con una muestra de ternura, está a tu lado cuando lo necesitas y nunca tiene un “no” cuando le pides ayuda. Le gusta el dinero más que a un tonto un lápiz y es capaz de participar en empresas imposibles con tal de aumentar su cuenta bancaria, pero lo que en otros parecería cutre en él es descacharrante. Lo mismo se pone a casar a gente los sábados en La Quinta Los Rosales que a presentar un espectáculo teatral en Alcantarilla –Murcia– protagonizado por María Jesús y su acordeón y Sandra Bruman.
Llevo cerca de ocho años con Kiko Hernández y para mí sigue siendo un misterio en muchísimos aspectos pero no por ello lo siento lejano o poco claro. Entiendo que necesita proteger su vida privada y que por las razones que sea no quiere compartir su entramado sentimental más que consigo mismo. Sabe que a partir de febrero, cuando se convierta en padre, va a tener a varios fotógrafos siguiéndole los pasos, pero el viernes me dijo que no le importaba. Kiko se nos ha hecho mayor y a mí me da una punzada de melancolía porque la tele está dejando de ser su vida. Pero es feliz y eso es lo único que me importa.