Qué bien he visto a Kiko Hernández. Más sereno, más tierno, más emotivo. Con ganas de compartir su felicidad, que eso en él es un logro. Ya lo he escrito por aquí en varias ocasiones: no conozco a persona más hermética que él. Pero la llegada al mundo de Jimena y Abril lo han transformado. Han destruido las corazas que durante años ha venido construyéndose, y donde antes había oscuridad ahora reina la luz. Si fuera una casa, Kiko sería ahora una casa renovada, bien ventilada, luminosa y con balcones a la calle. Su periplo americano no ha sido fácil. Durante dos semanas, Jimena estuvo al borde la muerte, y él no quiso compartir ese mal trago con nadie. Nadie en el programa sabía el calvario por el que estaba pasando. Una vez superado, me insinuó por teléfono lo que había sucedido, pero sin entrar en muchos detalles. Por eso, me emocionó tanto escuchar cómo relataba esa batalla a la que había tenido que enfrentarse y, sobre todo, el final feliz. Echamos de menos a Kiko. Mucho. Yo estoy deseando que vuelva. El programa no se resiente en cuanto a audiencia porque tiene tal fuerza que aguanta lo que le echen. Sostengo que nos va a enterrar a todos. Pero extrañamos el nervio de Kiko, su pulso televisivo y su manera de entregarse en cada programa. Espero que a él también le pase lo mismo, y sienta le necesidad de venir a vernos de vez en cuando.