Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Galgos Jorge Javier

Hago el trayecto en el AVE Madrid-Valencia llorando

Llego de Australia el lunes al mediodía y, nada más aterrizar, el señor que trabaja en casa me dice que voy a ver a Lima un poco maltrecha. Por culpa de un hierro suelto que no tenemos detectado en el jardín, se ha hecho tres sietes tremendos. Cuando la veo, me pongo tristísimo: a la pobre le cuesta caminar, pero aun así hace verdaderos esfuerzos para demostrarme su alegría por mi vuelta.

Durante el día y medio que paso en casa, no se separa de mí. No me deja ni a sol ni a sombra y, a mí se me parte el alma pensando que el miércoles vuelvo a irme hasta el domingo. El martes y el miércoles por la mañana, cuando me levanto, me la encuentro en la puerta de mi habitación. Mientras vuelvo a hacer la maleta la miro y me sorprendo hablándole telepáticamente, explicándole que esta vez me voy por trabajo y no por placer. Yo creo que lo entiende porque me mira resignada, pero no me aparta la cara, que es lo que me hace cuando intuye que me largo de cachondeo. Hago el trayecto en el AVE Madrid-Valencia llorando. Le cuento a M. en un mensaje: “Como la prensa me pille en la estación, va a pensar que estoy llorando por él”. Pero no. Lloraba por Lima, por la penita que me daba verla subir y bajar escaleras con dificultad para estar conmigo.

Jorge javier en Valencia

Valencia ha sido un bálsamo muy eficaz para hacer desaparecer mi tristeza. Actuar de miércoles a domingo con el Olympia abarrotado y con un público entregado me ha dado un chute de felicidad extrema. Qué público tan bueno es el valenciano. Acude al teatro a pasárselo bien y se nota. Qué felices nos han hecho. Me encanta pasear la ciudad por la mañana temprano escuchando a Nino Bravo o a Frank Sinatra, con mi café en la mano. Estoy tan contento en Valencia que no han sido pocas las veces que se me han escapado las lágrimas de pura emoción. Me gustan las giras. Me gusta ese punto solitario que lleva implícita esta profesión, la vida de los hoteles, vagar de ciudad en ciudad, pasearlas con intensidad porque a lo mejor no vuelves en mucho tiempo o incluso nunca más. Hoy, domingo, nos despedimos de Valencia con el cartel de “No hay localidades”.

Me acuerdo de una frase que leí hace mucho tiempo y que se me quedó grabada: “Partir es morir un poco”. Pues eso. Después de la función, carretera y manta para llegar a mi casa lo antes posible y acariciar a mis galgos. Qué agradable es la vida cuando te sonríe. Y cuando lo hace, debes aprovecharlo y ser consciente de ello porque no quiero que nunca alguien me llegue a repetir esta frase que tanto le gusta a mi jefe, Paolo Vasile: “Éramos felices y no lo sabíamos”