Aída Nizar ha estado cuatro años fuera de la televisión. Años en los que ha conocido la soledad y la incertidumbre. Le ha dado tiempo a probar el olvido y la desesperanza y parece que no le han sentado del todo mal. Porque Aída vuelve más reflexiva y madura. Sigue siendo igual de intensa pero ya no es tan faltona. A mí ya no me desquicia porque he aceptado su juego y ahora en vez de aplastarme su verborrea me divierte por absurda. Exhibe un look tan imposible como el de una odalisca en un after aunque ella piensa que a su lado Naty Abascal es una alpargata de la época de Stalin. La gracia de Aída radica en lo que ella cree y lo que es la realidad. Lleva repitiendo desde los cuatro años que adora su vida así que sería conveniente que comenzara a cambiar la música de su discurso. Posee la inteligencia necesaria para poder hacerlo. Tampoco estaría de más que compartiera sus debilidades con esa audiencia a la que dice adorar. Ver llorar a una diosa reporta muchos “likes”.