Si hubo una historia que regó de morbo las páginas de las revistas del corazón a principios de los ochenta, esa fue sin duda la de aquel triángulo amoroso formado por Carmina Ordóñez, Isabel Pantoja y Francisco Rivera. El asunto pilló en el medio a Lolita Flores, que entonces vivía bajo la alargada sombra de su madre pero no cejaba en el empeño de ganarse su propio lugar en el mundo de la música. Paquirri comenzó a salir con ella para olvidarse de la que fue su primera mujer y, cuando la cosa parecía prometer entre ellos, la tonadillera sevillana se cruzó en el camino del torero y lo dejó embrujao por su querer.
Con el orgullo herido, la hija de La Faraona intentó eclipsar la boda de su rival casándose el 23 de abril de 1983, una semana antes que Pantoja, quien quiso esperar a que Paquirri tuviera la nulidad matrimonial para pasar por el altar con Jesús del Gran Poder como máximo testigo. “Para que los invitados a la boda de Paquirri y la Pantoja lleven el ‘¡Hola!’ debajo del brazo con mi hija en la portada, recién casada”, se jactaba por lo visto Lola Flores.
El novio de Lolita no era un matador de toros gaditano, sino un joven argentino, de nombre Guillermo Furiase, que alternaba su profesión de modelo con algunos negocios inmobiliarios. Tal y como relatan los cronistas de la época, la pareja cobró a las revistas por su boda celebrada por lo civil. La ceremonia religiosa, que tuvo lugar a finales de agosto de ese mismo año, también en Marbella, fue un acto completamente público incluso para los fotógrafos de prensa. También en esta ocasión cobró una exclusiva (con el dinero, los novios pagaron la entrada de su casa).
La boda que colapsó Marbella
Lecturas tituló en su portada “Lolita se casó… como pudo”. En el reportaje interior, junto a las fotos de los novios, con cara de agobio, un puñado de imágenes de la ceremonia, en la que los protagonistas fueron los miembros de la Policía Nacional y Municipal que, tras ser avisados por el párroco, acudieron a la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación para intentar contener a la gente. “Por la mala organización y la falta de previsión ante la avalancha de público que se esperaba, Lolita no se pudo siquiera casar en el altar de la iglesia”, explicaban los autores de la crónica.
La hija de Lola Flores y El Pescaílla, que llegó a la iglesia del brazo del padrino, el torero Manuel Benítez 'El Cordobés', intentó avanzar hacia el altar sin éxito. Aquella tarde lucía un moño alto creado por el peluquero Juan de Alexandre, mantilla en lugar de velo, un enorme collar de brillantes que le había regalado su madre, y un vestido de color crudo confeccionado por el modista Tomás García. También iba elegante el novio, ataviado con chaqueta oscura y camisa de frac.
Oficiaba la ceremonia el sacerdote Francisco Echamendi, que poco después de comenzar la misa se vio obligado a suspenderla y terminó casando a los novios en el despacho de la sacristía, a puerta cerrada. Lola Flores, que fumaba en pipa, llegó a salir de aquel cuarto para coger el micrófono e increpar a gritos al público desde el altar. “Esto es una vergüenza. Mi hija no se puede casar. ¡Si me queréis aquí, marcharse! ¡Si me queréis algo, irse!. Nunca pensé que me hicieran esto en Marbella”, soltó al tiempo que se maldecía por haber escogido esa localidad para celebrar la boda de su hija.
El mosqueo de la jerezana estaba más que justificado: la nave central del templo , con capacidad para 1.200 personas, había sido invadida esa tarde por cerca de cinco mil criaturas que tomaron la palabra a Lola Flores el día que esta comentó que soñaba con una boda multitudinaria para su hija. O cuando, durante una entrevista en televisión, la propia novia le dijo a su interlocutor que “Toda la gente que realmente quiera a Lolita puede entrar a la iglesia. Estáis todos invitados”. Quizás madre e hija pecaron de ingenuas al sobreestimar la capacidad humana para entender que no siempre hay que tomar las cosas de manera literal.
Las lágrimas de impotencia de Lolita
Tanto los novios como algunos de los invitados tuvieron que salir a la calle por una puerta lateral, después de romper el candado de una cancela. "Fue la única forma de abandonar la iglesia y ganar la calle, a través de un patio interior”, recordaría luego Tomás Terry. Al llegar a la casa de su madre, Lolita se abrazó a su hermano Antonio, que se había quitado la camisa debido al agobio y el calor sofocante, mientras lloraba de impotencia.
Después de recomponerse el atuendo, ya con los ánimos más calmados, puso rumbo al restaurante elegido para el convite de boda, el libanés Montazah Al Salemieh, donde también se presentaron más de 800 personas, pese a que solo había 600 invitados. Celebridades patrias como Rocío Jurado, Carmen Sevilla, Massiel, Paquita Rico, Tita Cervera y el barón Thyssen o Pitita Ridruejo disfrutaron de un buffet que incluía desde gazpacho andaluz hasta carne rosada, pasando por lubina a la naranja, brocheta de cordero a la brasa o goulash. Como colofón, una gran tarta nupcial, de 1,60 metros de altura, elaborada por veinticuatro cocineros durante toda una semana, que los novios cortaron mientras sonaba un vals interpretado por la orquesta Salsa Five.
El sarao dejó estampas de todo tipo: los padres de la novia arrancándose a bailar flamenco con ella sobre el escenario del restaurante; su abuela, Rosario Ruiz, emocionada porque “ahora al menos si me muero me iré habiendo visto a mi nieta vestida de novia”, o el famoso playboy francés Philippe Junot, exmarido de Carolina de Mónaco y padre de Isabelle Junot, brindando con Lola Flores y divirtiéndose a su manera. Aunque la alegría de la fiesta fue ‘El Cordobés’, que se pasó la noche comiendo y bebiendo, bailando descamisado y gritando incesantemente "¡vivan los novios!", al tiempo que su mujer Martina, aún convaleciente de una lesión en el tendón de la pierna izquierda que había sufrido cuando jugaba al tenis, aguardaba pacientemente el fin de las pilas de su juerguista marido.
La fiesta duró hasta el amanecer
“Doña Elena Simoncini (madre de Guillermo), que ocupó un sitio en la mesa de los novios junto a Antonio González, y Mariela (hermana del novio) permanecieron completamente ajenas a la gran juerga que a doña Lola le costó cerca de seis millones”, rezaba el reportaje de Lecturas sobre una fiesta hasta el amanecer que concluyó con chocolate con churros para los que aún quedaban en pie al rayar el día.
Lolita tuvo a sus dos hijos, Elena y Guillermo, con Furiase, de quien se acabó divorciando en 1995, según dijo, debido al desgaste de la convivencia y las deudas: "Cuando la falta de dinero entra por la puerta, el amor se va por la ventana". Durante los años que pasaron juntos, Furiase se granjeó fama de habilidoso para los negocios periodísticos. Según apuntó José María de Juana, el argentino visitó en numerosas ocasiones "los despachos de los directores para pedir dinero por sus sabrosas exclusivas familiares".
Lolita, añadió el mismo periodista, también se había aprendido muy bien la lección: "Si las fotos son con hijos, una tarifa; si son sin hijos, otra. A partir de 250.000 pesetas se puede hablar con el clan, llegando incluso a los 2 ó 3 millones de pesetas si la exclusiva es de las fuertes". Algo debió aprender de su madre, Lola de España, que vendió su vida siempre que pudo (y a pesar de ello nunca dejó de tener buena relación con la prensa).