Cuando alguien se casa con un miembro de la realeza, se espera que la vida de esa persona cambie y prácticamente se convierta en un cuento de Disney donde todo es amor, dulzura y maravilloso. Pero la vida siempre sorprende y la realidad se impone, de manera que de ese cuento a expectativa solo queda la ilusión de lo que hubiera sido. Así ha sido el matrimonio deCharlene (45 años) y Alberto de Mónaco (65 años).
La pareja que pertenece a una de las familias reales más populares de Europa ha visto cómo han ido evolucionando tanto a nivel personal como profesional dentro de la institución a lo largo de los 12 años que llevan casados. Charlene y Alberto celebraron su amor dos veces, una de manera íntima el 1 de julio de 2011 y el 2 de julio tuvo lugar la ceremonia religiosa.
De la princesa 'triste' a mujer empoderada
Cuando Charlene se casó con el príncipe Alberto, el mundo entero empezó a llamarla la 'princesa triste'. Durante la ceremonia, la royal parecía tener un semblante triste y estuvo llorando en varios momentos de la boda. Se hablaba incluso de que había sido "obligada" a casarse con el heredero de la familia Grimaldi.
Durante el noviazgo de Charlene con Alberto los rumores de crisis entre ellos iban y venían, la prensa tanto nacional como internacional se iba haciendo eco de los avances y los desencuentros de su relación. La nadadora y el royal tenían una muy buena relación de pareja hasta que descubrió que Alberto podría haberle sido infiel mientras estaban juntos y que de esa relación había nacido un hijo.
Según se llegó a publicar en su momento en los medios franceses, ella quiso anular el compromiso y no celebrar la boda pero el príncipe Alberto no lo consintió e incluso llegaron a quitarle el pasaporte, para que no pudiera salir de Mónaco. Información que más tarde sería desmentida por el abogado del royal.
La relación de Alberto y Charlene ha ido evolucionando, ya no depende tanto de su marido para acudir a determinados actos y se ha adaptado a la vida en Mónaco. Hace unos años estuvo muchos meses en Sudáfrica curándose de los males que padecía, durante ese largo periodo de tiempo, los rumores de separación no tardaron en aparecer, no obstante, el tiempo es el mejor testigo y de momento, Charlene y Alberto se mantienen fuertes y unidos en un matrimonio feliz con dos hijos en común.
Charlene ha encontrado su sitio dentro de la realeza
La nadadora sudafricana no habría esperado ser la princesa consorte de Mónaco cuando se presentó a los Juegos Olímpicos de Sídney en el año 2000. A pesar de no tener la formación pertinente para desarrollar el cargo, que le ha tocado ejercer al enamorarse y casarse con un miembro de la realeza, ha sabido adaptarse y desenvolverse en su posición con soltura.
Empezó acompañando a Alberto Mónaco en incontables compromisos oficiales en los que no se sentía cómoda y con el paso de los años ha ido mostrando su personalidad y actuando en consecuencia. Ahora asiste a los actos que considera que son importantes y que comulgan con sus valores e intereses.
Este comportamiento ha repercutido en la dinámica con su cuñada Carolina de Mónaco, ya que no es lo idílica que debería. Ambas mujeres parecen estar enfrentadas desde el inicio de la relación de Alberto y Charlene. La hermana mayor del cabeza de la familia Grimaldi achaca a la esposa de Alberto que debería haber sido más consecuente con su puesto y que debería haber apoyado más a Alberto en los eventos y no dejarlo solo.
La royal no ve a la ex nadadora como la digna sucesora de su madre, Grace Kelly, y como ella hasta el momento ene l que aparece Charlene en escena, es la encargada oficial de ejercer de anfitriona, tiene que ver cómo ese puesto le es arrebatado por la esposa de su hermano.
Además en la boda de Charlene y Alberto, Carolina a pesar de ser la madrina, no se sentó en la mesa principal, sino que acabó en la otra punta del salón de celebración. La encargada de la organización de la boda, puso sentada al lado de Alberto a la madre de Charlene y al lado de la novia puso a su padre, de manera que no había hueco para Carolina en esa mesa. Este feo gesto que no pasó desapercibido para la royal y desde entonces, la tirantez entre ambas cuñadas es palpable.