Ha empezado la universidad, se ha independizado y tiene su primer trabajo fijo como relaciones públicas de una discoteca tres días a la semana. Tras cumplir 18 años, la vida de Alejandra Rubio ha dado un giro radical y, según ha explicado en en el programa radiofónico ‘Morning Glory’, algunos de estos cambios no han sido fáciles.
¿Nunca te ha picado la curiosidad el mundo de la televisión?
Bueno, ahora más. Ahora me planteo la tele más o menos.
¿Qué tal con las compañeras de la universidad? ¿Te piden fotos?
Nadie me ha pedido fotos. La gente allí es muy suya. Hay mucha competencia. Sinceramente, yo voy a mi bola.
¿No has hecho amigos?
El primer día llegué a casa llorando y le dije a Álvaro [su novio], súper triste: “No voy a tener amigos porque nadie se va a querer acercar a mí”.
¿Te cuesta fiarte de la gente?
Muchísimo. La única amiga-amiga que tengo ahora se llama Esther. La conozco desde hace dos meses, pero hemos conectado muchísimo.
Es poco tiempo. ¿No te parece precipitado?
Yo siempre he sido superabierta y me he llevado muchos palos, la verdad, pero a esa gente [la gente aprovechada] se la ve venir.
¿Crees que eso te ha pasado por haber estado demasiado protegida?
No. Mi madre lo ha hecho muy bien conmigo. Nunca me ha dicho: “Hasta los 18 años no salgas de fiesta”. Siempre me ha dicho: “Ya te darás tú cuenta”. Yo, por ejemplo, no bebo nada de alcohol. Antes bebía cañitas, pero ahora nada.
¿Cuántos tatuajes tienes?
Tengo 15 o 16 tatuajes. Mi madre no sabía que los tenía. Se los escondía. [Al enterarse] se lo tomó mejor de lo que me esperaba. Pero a mi abuela no le hace gracia.
¿Cómo llevas las críticas?
Antes lloraba muchísimo, pero ya no me duele tanto. Cuando cumplí los 18, salió el ‘boom’ de que era anoréxica. ¡Pero es que no engordo! Si supieras los ‘tigretones’ que me como... Me duele porque eso es una enfermedad. Imagínate que la sufriera de verdad…
¿Has ido alguna vez al psicólogo por esas cosas?
Sí. No voy a un despacho donde me siento con una persona, vamos a un bar todos los martes. Me enfado mucho. Me dice que en lugar de preguntarme “por qué”, me pregunte “para qué”. Y funciona.
Texto: Isa Bescós.