Su vida cambió un día cuando oyó a un tendero decir a su madre que ya no le vendería más comida fiada. Amancio Ortega era solo un niño, tenía apenas 12 años, pero juró entonces que su familia jamás volvería a pasar hambre. Y lo ha cumplido con creces. Años después aquel niño se llegaría a convertir en el tercer hombre más rico del mundo con una fortuna de 41.000 millones de euros. La suya es, sin duda, la historia de lucha y superación de un hombre hecho a sí mismo que ha sido fiel a una promesa y que ha logrado levantar un imperio sin olvidar nunca sus orígenes.
Emprendedor y ambicioso
Nacido en un pequeño pueblo de León, Amancio, que era el pequeño de tres hermanos, creció en A Coruña donde su padre, ferroviario de profesión, había sido trasladado. A los 12 años, decidido a cumplir su promesa, Amancio dejó los estudios y se puso a trabajar como chico de los recados en la mercería La Maja de A Coruña. Allí trabajaba ya como viajante su hermano mayor, Antonio, y Amancio, responsable y perfeccionista, como ha sido siempre, pronto se ganó la confianza de los dueños y ascendió a dependiente. Fue entonces cuando a la mercería llegó Rosalía Mera, una aprendiza de costurera de 16 años de quien Amancio se enamoró y con quien se casó tras cinco años de noviazgo.
Las cosas iban bien, pero el espíritu emprendedor de Amancio contagió pronto a su hermano, su novia y a otro viajante de la mercería, José Caramelo –que fundaría años después la firma Caramelo y que iba a ser uno de los grandes amigos de Amancio–. En un pequeño y oscuro taller del centro de A Coruña, Primitiva, esposa de Antonio, que era modista, y Rosalía se encargarían de coser batas de boatiné que el resto del ‘equipo’ distribuiría y vendería entre la burguesía coruñesa. Ese era el plan y funcionó. En 1963, Amancio pedía su primer préstamo y creaba Goa Confecciones, el embrión de Inditex, que pronto sería uno de los imperios textiles más grandes del mundo. En 1975 Amancio abría el primer Zara.
Un hombre normal
El negocio no hacía más que crecer, pero en lo personal, la vida de Amancio Ortega seguía otro camino. Rosalía y Amancio, que habían tenido dos hijos, Sandra (44) y Marcos (42), empezaron a distanciarse. Su matrimonio se rompió y se divorciaron en 1986, cuando Amancio había rehecho ya su vida junto a otra mujer, la que sería su segunda esposa, Flora Pérez, que trabajaba en una de sus fábricas de Inditex. Flora dio a Amancio su tercera hija, Marta, que se convertiría en su ojito derecho y la única heredera de toda su fortuna. Sandra, su hija mayor, heredó su parte tras la muerte de su madre, Rosalía, que fallecía en agosto de 2014, a los 69 años, tras sufrir un íctus.
Amancio, que tiene cuatro nietos, Antía, Uxía y Martiño, de su hija Sandra, y el pequeño Amancio, hijo de Marta y Sergio Álvarez (casados en febrero de 2012 y separados en octubre de 2014), ha tenido siempre sus humildes orígenes muy presentes. Discreto –jamás ha dado una entrevista–ha vivido siempre como un hombre normal. Y ha sabido hacerse querer. Hasta que la magnitud de su negocio se lo permitió, conocía a todos sus trabajadores por su nombre y potenciaba que pudieran ascender en una empresa por la que se ha desvivido siempre. “Dar de comer a tantas familias es lo que me quita el sueño”, dicen que cuenta a menudo. En casa es cercano al servicio al que ha tratado siempre de igual a igual. Y aunque es un apasionado de los coches y de los caballos –construyó una hípica para su hija, Marta, que comparte su pasión–, los huevos fritos con patatas son el plato preferido del tercer hombre más rico del mundo. Huye de lujos, fiestas y brillos y disfruta de su rutina, pero los que lo conocen bien aseguran que ha sido siempre ambicioso... Amancio tenía una promesa que cumplir.