Rafael Narbona, filósofo y periodista cultural: “Nuestra especie siempre busca el amor y la belleza, incluso en los paisajes más sombríos y aterradores”

¿Crees que las personas son malas por naturaleza? ¿Te cuesta confiar en los demás? Las palabras de Rafael Narbona pueden hacer que cambies de perspectiva y conectes con una parte de ti misma que desconocías

Celia Pérez
Celia Pérez León

Periodista especializada en lifestyle y cultura

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Fotografía cedida por Rafael Narbona

Es fácil pensar que vivimos en tiempos oscuros. Encender las noticias es últimamente como asomarse a un abismo. La maldad parece no tener límites, y son ya muchos los psicólogos que nos advierten sobre las consecuencias que esta exposición constante a toneladas de información escalofriante puede tener sobre nuestra salud mental. Es por eso por lo que abrir un libro como Elogio del amor, de Rafael Narbona, es como sentir el sol en la piel tras una semana de lluvia.

A lo largo de su libro, Narbona nos confiesa como el amor lo ha salvado en tiempos oscuros. Como los ojos verdes de Vivien Leigh, proyectados en la pantalla de un hospital una noche compleja, le recordaron que “ninguna catástrofe puede borrar la belleza de este mundo”. Y es que, como él mismo expresa en este precioso libro, “nuestra especie siempre busca el amor y la belleza, incluso en los paisajes más sombríos y aterradores”.

Estamos hechos de amor

Puede sonar cursi, pero es cierto. Si la humanidad ha sobrevivido y prosperado, confirman los estudios antropológicos, es porque nos queremos. Porque somos naturalmente sociales. Aunque esto no es lo que la filosofía y la psicología han defendido durante mucho tiempo.

El gran Sigmund Freud defendía que, en realidad, el ser humano es algo así como una especie de animal reprimido. La sociedad es el resultado de muchos seres reprimiendo una naturaleza salvaje y violenta, que acaba reflejándose en nuestros sueños, comportamientos impulsivos o incluso en el sexo. Esa era su teoría, y son muchos los grandes intelectuales que la han compartido durante siglos.

William Golding, nos recuerda Narbona en su libro, nos presenta el resultado de este pensamiento en su obra El señor de las moscas, “inspirada tan vez el pesimismo antropológico de filósofos como Maquiavelo, Hobbes, Nietzsche o Freud”, escribe el filósofo.

Si no has leído el libro o no sabes de que va, Narbona lo resume así: “Un grupo de estudiantes ingleses que viaje en avión se estrella en una isla desierta y no sobrevive ningún adulto. Poco a poco los límites y las normas se evaporan, se crean clanes que luchan a muerte el poder”. El final es devastador, y con él Golding pretendía representar la maldad innata de la humanidad. Filósofos como Narbona defienden que esta, en realidad, no existe.

Cuando la realidad superó a la ficción

Quizá no conocías el libro de Golding, pero si te hablo de los uruguayos de los Andes, sabes quienes son. En 1972, un grupo de jugadores de rugby, junto con otros pasajeros, se estrellaron en la cordillera de los Andes y sobrevivieron. El suyo, nos explica Narbona, es el ejemplo viviente de todo lo que realmente configura al ser humano.

“Se ha aventurado muchas veces que, en una situación de caos, el ser humano volvería a actuar como una criatura primitiva y violenta”, expone el filósofo. Sin embargo, continua, “lo sucedido en el accidente de los Andes desmiente esta visión tan sombría del ser humano. Lejos de prevalecer el abuso del más fuerte, los supervivientes colaboraron entre sí y se protegieron mutuamente”.

Más allá de lo conmovedor de esta historia que nos toca a todos, en un punto u otro, Narbona la presenta en su libro por una razón muy sencilla, recordarnos que, como decía el historiador holandés Rutger Bregman, “la mayoría de la gente es buena”.

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Somos buenos, ¿por qué lo olvidamos?

El modelo social que hemos adoptado, el capitalismo descontrolado, nos obliga necesariamente a competir unos contra otros. Pero, insiste Narbona en recordarnos, somos buenos, “no por fruto del azar, sino por el largo proceso de aprendizaje de nuestra especie, que ha sobrevivido en un entorno hostil gracias a la cooperación y no a la competencia”.

Recordar esto es crucial, porque, de hecho, en este sentido la ciencia avala a la filosofía. Cuando Narbona escribe “ayudar a los otros nos fortalece y nos hace sentir bien”, no lo dice por decir. Son muchos los estudios que comprueban que, de hecho, hacer favores es una forma sencilla de sentirnos mucho más felices al instante.

Encontrar el origen de la maldad podría ser complicado, aunque como afirma Narbona en una entrevista para Cuerpomente, no es que el ser humano sea malo, “lo que pasa es que tenemos un mal modelo social, que es el modelo capitalista”.

Lejos de ser parte de nuestra naturaleza, por lo tanto, la maldad no es ajena y nos hace infelices. “Los torturadores y asesinos son siempre seres infelices”, escribe el filósofo en Elogio del amor, “en cambio, las personas compasivas mueren y viven en paz”.

Volver a lo natural

Comprender las palabras de Narbona puede tener un efecto transformador en todos nosotros. Si me permites la anécdota, querida lectora, el mismo día que terminé de leer este capitulo un vecino de mi pueblo me pidió desesperado si podía acercarlo en coche al pueblo de al lado. El instinto me hizo desconfiar, la lectura de este libro me hizo reflexionar, y accedí. La historia que me contó mientras recorría a penas 10 minutos de trayecto me llegó al corazón. Era solo un padre con un hijo dentro del Trastorno Autista que realmente necesitaba ayuda. Para mí no supuso nada dársela. A él le cambió el día completo.

En particular, las palabras de Narbona que resonaron en mi cabeza fueron estas: “La ayuda mutua no es un despilfarro, sino un mecanismo extraordinariamente eficaz para garantizar la continuidad de la vida. La experiencia nos ha enseñado a ser empáticos. El afecto, la creatividad, la amistad, el amor, el anhelo de comprensión, el placer estético o la compasión no son meras excrecencias químicas, sino las grandes enseñanzas de la evolución. Lo natural no es humillar y torturar, sino cuidar y acoger”.

No digo que mi ejemplo sea el de todos, y por supuesto, cada cual debe juzgar su situación y qué puede hacer por los demás. Pero una cosa queda clara tras la lectura de Elogio del amor. Y es que, como escribe Narbona, “un cerezo en flor debería ser suficiente para comprender que el universo, con todo su espanto, no es el sueño de un idiota, sino un feliz acontecimiento”. La pregunta es, ¿qué vas a hacer hoy para dejar el mundo un poco más bonito de lo que lo encontraste?