Pilar Eyre

Pilar Eyre

Leonor y Letizia

Letizia, una madre con la emoción a flor de piel

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

Letizia. Bajo el tórrido sol del 17 de agosto en Zaragoza, no es la reina de las grandes ocasiones con tiaras y vestidos largos. Tampoco la ejecutiva trajeada de las reuniones en palacio ni la señora joven que, vestida a la última, sexy y siempre impecable, va a cenar o asiste a un evento cultural. Tampoco es la Letizia que exhibe ese gesto crispado y nervioso cuando está en presencia de su suegra, esa mandíbula tensa, los puños apretados, la mirada severa y una frente en la que parece llevar pintada la frase de Cicerón: “¿Hasta cuándo, Catilina, va a llegar nuestra paciencia?”. La Letizia que está en el patio de Armas de la Academia Militar de Zaragoza a 35 grados de temperatura es la madre, solo la madre. Que espera humildemente a que su hija se despida primero de su padre, el rey, el día solemne de su ingreso en las Fuerzas Armadas, dando así comienzo formalmente a su preparación como reina.

Serán tres años de formación militar, uno en el ejército de tierra, otro en el del aire y el tercero en la Escuela Naval de Marín, con la vuelta al mundo en el buque Juan Sebastián Elcano incluida. La actitud de Felipe con su hija es algo forzada, sabiendo, quizás, que esas fotos van a salir en los medios de comunicación de todo el mundo. Apoya la mano en el hombro de Leonor, le da un beso fugaz en la mejilla, con el mismo calor con que se besa a un pariente lejano, le dice unas palabras con cierta solemnidad, palabras que podrían ser del estilo de “hija, aquí encontrarás grandes compañeros y aprenderás disciplina...”. Es una despedida que nos parece fría y protocolaria, pero quizás ya lo han hecho en el coche, y además el carácter de Felipe es así: emplado, pacífico, hasta el punto de que podría poner en su blasón el lema de los nobles antiguos, “siempre quedar bien”. También es cierto que ha heredado el carácter de su madre, no muy dada a las expansiones afectuosas, al menos antes de que entrara en su vida el huracán Letizia y se viera obligada a ir todo el día del bracete de sus nietas y propinar besos a troche y moche como si no hubiera un mañana.

Familia Real

 

 

Leonor parece asentir a las palabras de su padre, sabe que está haciendo un gran esfuerzo de comunicación y lo agradece con una sonrisa enternecida. Cuando se separan, es el turno de su hermana, de la que se despide de forma natural, con dos besos rápidos, y es Sofía la que le hace un gesto casi imperceptible a su madre de ahora te toca a ti. Y la reina se acerca a su hija. Y ahí Letizia es madre sobre todas las cosas. Estrecha a Leonor con fuerza, está unos segundos apretándola con los ojos cerrados, degustando ese último momento, durante unos segundos ninguna de las dos dice nada y parece que Letizia va a echarse a llorar. Es cierto que los fines de semana la princesa irá a Zarzuela, que no es su primera separación larga ya que al fin y al cabo estuvo dos años en el internado de Inglaterra...

Pero al abrazarla Letizia no estaba solo despidiendo a Leonor, sino que estaba diciéndole adiós a toda una etapa de su vida, la de ella y la de su hija mayor, en la que las decisiones, los deseos, los pequeños consuelos cotidianos y los logros diarios dependían de la madre y solo de la madre. Cada paso que daba Leonor lo consultaba con ella, que apartaba solícitamente todas las piedras que su hija se encontraba en el camino. Pero, a partir de ahora, dependerá de sus mandos en el ejército y, cuando cumpla 18 años, el 31 de octubre, dependerá del gobierno. Supongo que es algo parecido al sentimiento de las madres cuando se nos casa un hijo. Sabemos que, aunque siga queriéndonos, a pa tir de ahora va a tener su propia familia y su hogar estará donde estén su mujer y sus hijos (y su perro). Y eso ya no tiene vuelta atrás.

Leonor y Sofía

 

Al final del abrazo Leonor parece susurrarle unas palabras a su madre, que abre los ojos y ríe, algo avergonzada de su propia emoción, y mueve la cabeza a un lado y a otro como diciendo “qué tonta soy”. Quizás su hija le ha dicho humorísticamente: “Mamá, que no me voy a la guerra”. Y se ponen a caminar juntas, Letizia no quiere dejarla aún y la conduce cogida por la cintura y la hija por el hombro, evidenciando la diferencia de estatura, por cierto. Letizia lleva una americana que no parece de su talla, arrugada y con las mangas subidas, los pantalones también necesitan de una buena plancha. El pelo es evidente que no ha pasado por el estilista y cuelga, lacio, por la espalda. No va maquillada, el sudor resbala por sus sienes y sus mejillas brillan. A pesar del sol inclemente, no lleva gafas oscuras porque no quiere que nada se interponga entre su hija y ella... Incluso su camiseta parece que haya conocido años mejores, pero esta es la Letizia que me gusta y con la que nos identificamos todas las madres. Nuestros hijos vuelan solos. Seguro que en esa vuelta a casa hubo muchas lágrimas.

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