Torturada hasta la muerte por su tío político

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Han pasado seis años pero cada vez que me enfrento de nuevo al atestado

policial del asesinato de Naiara Abigail Briones Benítez, nacida el 1 de octubre de 2008 en Posadas, Argentina, el corazón se encoge y aparecen las lágrimas. Imposible contener la emoción ante uno de los crímenes más espantosos de la historia reciente de España. La víctima apenas tenía ocho años cuando fue asesinada a golpes, torturada durante horas, porque, según su tío político–hermano del padrastro–, Naiara era una mala estudiante. 

OCHO HORAS DE TORTURAS

La pequeña murió el 7 de julio de 2017, a las 19.45 horas, en el hospital Miguel Servet de Zaragoza, donde ingresó el día anterior inconsciente y con 56 lesiones en cabeza, abdomen, lumbares, glúteos, piernas, tobillos, brazos, manos... Su asesino, Iván Pardo Pena, que entonces tenía 33 años y llevaba una década trabajando de vigilante de seguridad privada, contó en su primera declaración que castigó a la niña para ver “si estudiaba, cambiaba su comportamiento y empezaba a obedecer y tener más respeto a los mayores”. El sumario del crimen de Naiara es una bajada a los infiernos. Como en su día lo fue el juicio en el que se detallaron las ocho horas de torturas que sufrió la menor por un hombre que la odiaba sin motivos aparentes y que canalizó en aquel pequeño cuerpo el odio y el dolor que sufrió de niño, como hijo de un guardia civil que instauró en su casa el maltrato físico como único medio de corregir conductas.

GRABABAN SUS CASTIGOS

A pesar de que la abogada del acusado trató de convencer al tribunal de que el hombre nunca quiso matar a la pequeña, sino provocar un dolor que no fue capaz de controlar “rebosado por el trastorno de personalidad que padece”, en febrero de 2021, el Tribunal Superior de Justicia de Aragón confirmó la sentencia de la Audiencia de Huesca que condenó a prisión permanente revisable al lucense Iván Pardo Pena. El tribunal también condenó al padrastro y a la abuelastra de la niña, Carlos Pardo y Nieves Pena, a dos años de prisión al considerar que no solo consintieron los castigos, sino que los alentaron. Prueba de ello es alguno de los mensajes y grabaciones que los dos hermanos compartieron los días anteriores al crimen. En ellos aparece Naiara arrodillada encima de un cuaderno fino sobre el que habían esparcido una especie de arenilla blanca, que podía ser arroz o sal gorda. La niña llora, se queja: “Esto pica y duele mucho”. Una voz masculina, Iván, le contesta que si está así es porque ella se lo ha buscado. Iván envió el vídeo por WhatsApp a su hermano Carlos. Y luego un audio con los detalles: “Anda que no te lo pierdas. Se apoyaba en la mesa para que no le hiciese efecto y yo la veo, porque mamá no se daba cuenta. La puse recta y le digo: ‘No, no, así no te tienes que poner’. Y ahora se queja y llora de que le duele, que tiene las rodillas que le duelen”.

INSULTOS RACISTAS

A continuación un audio acompañado de unas risas de Iván y una nueva nota de voz: “Pues de momento hasta cenar se va a quedar así”. El padrastro de la niña le contesta: “Ya le dije a mamá que Naiara es masoca”. La pequeña había llegado a Sabiñánigo (Huesca) con su madre, Mariela Benítez, siete años atrás. En Argentina dejó a otras dos hijas mayores, y con su pareja, Juan Carlos Pardo Pena, tuvo a otras dos niñas más. El hombre estaba sin trabajo y se ocupaba de las dos pequeñas mientras la mujer trabajaba a cien kilómetros, en la localidad de Bielsa. Naiara fue encomendada al cuidado de la abuelastra. Nadie fue capaz de concretar el tiempo que llevaba la niña en esa casa de los horrores. La reconstrucción de esa jornada de ocho horas de terror que sufrió la pequeña antes de morir producen un dolor necesario para entender que crímenes como este se siguen produciendo en España. En el caso de Naiara hubo, además, un componente racista. De ahí que las dos primas menores de edad que estaban aquel día en el domicilio, explicaran cómo a la niña la llamaban reiteradamente “sudaca” con ánimo de ofenderla y humillarla.

DÍAS ENTEROS SIN DORMIR

Esta redactora ha querido intencionadamente ser fiel al relato de los hechos, pese a la crueldad. Es una advertencia para el lector. El texto que sigue es extremadamente duro, pero se pretende evidenciar lo que denuncian Save the Children y otras organizaciones que trabajan con menores, que existe una violencia contra algunos niños y que Naiara es un ejemplo. Esos días de verano en casa de la abuela Nieves Naiara fue castigada varias veces. Jornadas en las que su tío Iván prohibía dormir a la pequeña, con el consentimiento de la mujer. Se la obligaba a aprender la lección arrodillada sobre una caja que podía tener gravilla, sal gorda, si ya había herida, u ortigas. Las primas se turnaban para vigilar que la pequeña no se moviera e incluso le colocaron unas orejas de burro. Las menores fotografiaban la escena y luego enviaban a su tío las fotos por WhatsApp dando fe de que ellas vigilaban y Naiara obedecía.

LA NOCHE DEL HORROR

El horror se desató el seis de julio. Iván había trabajado en el turno de noche y apareció a las ocho de la mañana. La abuela Nieves ya se había ido a trabajar y en el piso solo estaban las tres niñas. El hombre pidió a Naiara que le enseñara las tareas que le había ordenado el día anterior. La pequeña debía copiar una lección 20 veces. No lo había hecho. “Entonces la zarandeé, la agarré de los pelos y la eché la bronca”. Esa frase forma parte de la declaración de hora y media que el condenado realizó tras ser detenido ante la magistrada instructora y que se avaló durante el juicio. La jueza le pidió que concretara. “Me parece que le pegué con los puños y un poco más fuerte en la cabeza. Cogí una raqueta eléctrica caza moscas y mosquitos”. La raqueta se la puso sobre los pies desnudos y los muslos. La había manipulado el día anterior dejando un cable al descubierto con celo, para dar descargas eléctricas. Como la niña trataba de zafarse de los calambrazos, decidió inmovilizarla y amordazarla para que dejara de gritar. “Le puse unos grilletes en las manos, otros en los pies y los até por detrás con una cuerda. Le puse un calcetín limpio en la boca para que no chillara”. Prosiguió con las descargas por todo el cuerpo. La niña gritó tanto que logró que se le cayera el calcetín. El hombre se lo volvió a meter, pero mucho más profundo, dando después puñetazos en la cara, la boca y la nariz de la niña, a la que apretó las mejillas obligándola a morderse a sí misma. Iván Pardo continuó pegando a su sobrina, maniatada, pero con un cinturón. Después paró. Le soltó las bridas, le desató la cuerda, le quitó el calcetín y obligó a una de sus sobrinas a lavarla. Le hizo enjuagarse la boca con fluor y como se le escapó algo de líquido, allí mismo le dio algún que otro puñetazo.

SUS PRIMAS CONFESARON

La pequeña se quedó como ida, se sentó bajo la mesa de la cocina y empezó a decir “hola, hola, hola”, sin sentido. El tío mandó a Naiara regresar al pasillo, colocarse de nuevo de rodillas sobre la grava y que volviera a estudiar. “No recuerdo el tiempo que pudo estar. No decía nada”. El hombre descansaba en el comedor y sus sobrinas veían la tele. Le preguntaron por la lección, Naiara no supo responder y volvió a ser golpeada. “Esa vez solo le pegué, pero sin descargas”. La obligó de nuevo a colocarse sobre la grava y al cabo de un rato, le preguntó otra vez por la lección. “Me enfadé porque me mentía. No se la sabía. Le pegué con la hebilla del cinturón para ver si así se ponía de una vez las pilas”. Empezaron de nuevo los zarandeos, los puñetazos y los golpes. Ordenó a sus sobrinas que cerraran las ventanas. ¿Para qué?. “Para que nadie escuchara el jaleo”. Es decir los gritos y las súplicas cada vez más débiles de la niña. Y prosiguió la tortura. La agarró por los pelos, la levantó en lo alto y la arrojó contra el suelo. “¿Cuántas veces?” “Cuatro, cinco, seis...”. Así hasta que el hombre se dio cuenta de que la niña estaba inconsciente, que ya no respondía. “La levanté de los pies, le di un par de cachetes y la metí bajo el agua para ver si reaccionaba”. Entonces comprobó aliviado que respiraba. Sus sobrinas le pidieron varias veces que se detuviera, que la iba a matar. No las dejó llamar a una ambulancia y las amenazó con hacerles a ellas lo mismo o algo peor. La llevó al salón. La tumbó sobre el sofá, la tapó con una manta y pidió a sus sobrinas que se encerraran en su cuarto. “Respiraba. Le hablé. Le dije que le perdonaba, que le levantaba el castigo”. Él creía, explicó, que Naiara solo descansaba porque llevaba días sin dormir. “La abracé, me tumbé a su lado y encendí la tele”. La niña respiraba y la trasladó a la habitación de sus primas. La acostó y se tumbó a su lado. “Le pedí perdón. Le prometí que nunca más le volvería a pegar”. Naiara respiraba con dificultad. “Pensé que era mejor esperar a que mejorara antes de llamar a una ambulancia”. Pero la pequeña se quedó sin pulso. La trasladó al salón y empezó a realizarle unas maniobras de recuperación, mientras ordenó a una de sus sobrinas que pidiera una ambulancia por teléfono. Mientras llegaban los sanitarios, el hombre mandó a las niñas que limpiaran la sangre y que, si alguien les preguntaba, explicaran que Naiara se había caído por las escaleras. Pero las dos menores acabaron contando la verdad.

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