Esperaba la segunda temporada de ‘Paquita Salas’ con muchísima curiosidad y, sobre todo, con algo de miedo. Temía que Javier Calvo y Javier Ambrossi se hubieran atragantado de éxito y nos ofrecieran unos capítulos con sobredosis de algodón, huecos, con sabor a éxito rápido y flashazos efímeros.
Me tragué la segunda temporada del tirón el viernes por la tarde y acabé satisfecho, con la sensación de que hay Javis para rato porque tienen talento y ganas de trabajar, dos elementos que no siempre van unidos. Es más, hay gente que cree tanto en su talento que piensa que no necesita currar porque todo sale solo. Y esos son los candidatos al fracaso, al resentimiento, a morir carcomidos por la envidia y la mala leche.
Me ha gustado ‘Paquita Salas’ por muchísimas razones, pero por encima de todo porque no es una segunda parte fácil. Es más descarnada que la primera. Cierto es que hay muchísimo humor y muchísimo divertimento, pero está muy presente la nostalgia, la melancolía, el miedo, la inseguridad. Los cielos de la profesión pero también los infiernos. En definitiva, la vida. Brillante Brays Efe, pero no sería justo no resaltar la labor de Lidia San José. Frágil y vulnerable, pero al mismo tiempo con una bondad y vitalidad que hace que conectes con ella y desees con todas tus fuerzas que siempre le vaya bien, que borde esa dichosa escena de ‘Puente Viejo’ que se le resiste, y que la contraten para siempre. Y me alegra ver en tan buena forma a Andrés Pajares y a Ana Obregón. Cuidado con el cameo de Terelu: me quedé con ganas de más. Los Javis lo han vuelto a hacer. Larga vida a los Javis.