El martes pasado fui a una médium. Cuando Anne Germain estaba en Telecinco procuraba coincidir con ella por los pasillos para que me dijera qué espíritu me cuidaba, pero no hubo tu tía. Cada vez que la veía me sonreía y poco más. Anne Germain me caía bien. Y mucho mejor desde que me contaron que después de sus sesiones tenía que beber cerveza para serenarse la cabeza. La médium del martes era una señora que había sido médico pero colgó los hábitos –o la bata– porque le tiraba más el mundo del más allá que el de más acá. Estuve con ella durante una hora y media y me contó muchísimas cosas, la mayoría a través de mi abuela materna que según ella cuida de mí por amor porque en otra época fui su hijo. Mi padre también cuida de mí pero por obligación, porque a lo largo de su vida no fue capaz de comprenderme del todo. Pero siguiendo el consejo de la médium ya le liberé porque no le guardo rencor, así que ahora me sigue cuidando pero desde el lado de la luz. Acerca de mi situación sentimental me dio algunas claves bastante arriesgadas porque no me hablaba a años vista sino que se refería a plazos más bien cortos. Si se cumple lo que me predijo prometo contarlo en estas páginas. La sesión fue muy graciosa porque de vez en cuando me decía: “¡Ay, perdona, es que se me van agolpando las frases que me está transmitiendo tu abuela!” o “Esto no te lo digo yo, ¿eh?, que conste, que te lo dice tu abuela”. El miércoles le cuento a Eva Hache que estuve en la médium y lanza una carcajada de las suyas. “Hija mía –me excuso– pasé un ratito muy bueno por un módico precio”. Luego se lo expliqué también a Edurne y no sé por qué pero me dio la impresión de que todos esos asuntos esotéricos le atraen lo suyo.