Durante muchos años tuve miedo a hacerme las pruebas del VIH. Y durante esos años, cada vez que llegaba el uno de diciembre –Día Mundial contra el SIDA- me volvía loco. Los periódicos dedicaban páginas y páginas a los estragos que causaba la enfermedad y yo buscaba entre tanto artículo alguno que predijera la llegada de la ansiada vacuna. Del miedo que pasé durante aquellos años me quedó, como a mucha gente de mi generación, un complejo de culpa tan grande como la Catedral de Burgos. Cada vez que tenía una relación pensaba que me había infectado así que con el tiempo me hice más o menos asiduo de un laboratorio de Madrid. Y acabé trabando relación con la enfermera. Gracias a ella, mientras esperaba angustiado los resultados, pasé muy buenos ratos. Un día que estaba especialmente salerosa me empezó a contar que un señor le preguntó si podía coger algo al comerse las heces de su novio: “¡Una gastroenteritis. Eso es lo que puedes coger. Y es que Jorge, aquí me cuentan cosas muy raras que yo no he escuchado en mi vida. Y cuando me las cuentan yo pongo cara de estar al tanto de todo pero en cuanto se largan me meto en internet para enterarme de qué me estaban hablando”. Todos los unos de diciembre me sigo poniendo melancólico porque me acuerdo de los que se fueron y del pavor que sufrí durante muchos años por el temor a estar infectado o a infectarme.