Cifuentes dimite. Bien dimitida está. Pero desde que vi el vídeo, no puedo dejar de pensar en la angustia que ha debido pasar durante todos estos años. No es que toda tu carrera –y parte de tu vida– se vaya al traste por cuarenta miserables euros. Creo que eso es lo de menos. Lo verdaderamente duro es vivir con la conciencia intranquila, pensando que ese vergonzante acto de tu pasado puede aparecer en cualquier momento para arruinarte la existencia. Paradójicamente, quizás ahora pueda vivir tranquila. Y quizás ahora, también, se sienta más libre. Más feliz, incluso.
No somos pocos a los que se nos ha intentado extorsionar de alguna manera. Demasiados, diría yo. Y la secuencia siempre es la misma. Primero, el pánico. Pánico a defraudar a tu familia, a que tu carrera se vaya al traste. Tú mismo te das igual, sufres por los que te rodean. El pánico se va trastocando en un miedo que te va acompañando cada vez con menos intensidad. Aprendes a convivir con él, a integrarlo en tu vida, a aceptarlo. Los personajes populares nos hemos convertido en golosos elementos para los cazadores de dotes. No es fácil vivir con la sensación de que en la esquina de cualquier madrugada te pueden tender una trampa. Luego, se extrañan de que nos volvamos recelosos y no enhebremos mucha conversación con la gente que se nos acerca. Nunca sabes quién te la puede jugar. A veces te preguntas si todo esto vale la pena, y no siempre consigues darte un “sí” como respuesta.