“Dile que luche porque el premio es la vida”, me aconsejó Concha García Campoy cuando le expliqué que una persona de mi familia estaba pasando por algo parecido a ella. Así nos despedimos después de mantener una sincera conversación a las puertas de la última Navidad.
Era una mujer feliz que espantaba la enfermedad con golpes de optimismo. Su muerte ha abierto un doloroso vacío en todos los que la conocimos porque conocerla, de cualquier manera, significaba quererla.
Los periodistas siempre peleamos por la primera entrevista de alguien, por esas declaraciones inéditas del protagonista de la noticia. Yo hoy tengo el triste privilegio de poder decir que escribí para LECTURAS la última entrevista de Concha García Campoy. Ese mismo día había acudido al hospital a hacerse las pruebas que debían certificar el estado en el que se encontraba la leucemia. Todavía se sentía dolorida por las punciones y a pesar de mostrar una energía contagiosa confesó, casi como si pensara en voz alta, que esperaba nerviosa los resultados. La entendí muy bien. Por eso le expliqué mi conocimiento de la enfermedad. Ella entonces se vino arriba. Se sacudió la duda y me dio una lección que jamás olvidaré. “Me apasiona tanto la vida que no tengo tiempo para lamentarme”. Esa fue su actitud siempre. Concha, esa maldita enfermedad te ha ganado la última batalla pero tu merecido premio es el inmenso amor que has dejado aquí.
Luis Pliego, Director de LECTURAS
Concha García Campoy pasó la Navidad de 2011 ingresada en un hospital. Después de unos días sintiéndose mal, le diagnosticaron leucemia y se vio obligada a dejar de un día para otro su matinal de Tele 5. Recibió su primera sesión de quimioterapia el día de Nochebuena. Tuvo que cambiar la mesa que cada año prepara para su familia por la cama hospitalaria.
Un año de lucha después, la periodista vive su Navidad más especial junto a su marido, el productor de cine Andrés Vicente Gómez y sus dos hijos Lorenzo, de 19 años, y Berta, de 14, fruto de su matrimonio con Lorenzo Díaz. Esta conversación se produce justo después de otra revisión de su enfermedad. Ella se siente bien, pero debe esperar 10 días para recibir los resultados. La lucha sigue. La vida, por suerte, también.
¿Cómo ha ido la revisión?
-La verdad es que como me encuentro muy bien, lo llevo bien. Pero cuando pasas por una enfermedad como esta caminas por el filo de la navaja. Siempre estás preparada para lo que pueda pasar.
¿Qué tipo de pruebas te hacen?
-Punciones en la médula. Soy muy sufrida y lo aguanto bien. Pero el médico me dice que él está acostumbrado a escuchar chillidos. Es desagradable porque duele, pero he aprendido a vivir también con eso.
¿Siempre has sido tan sufrida o has aprendido a serlo a raíz de tu enfermedad?
-No he estado enferma en mi vida. Así que no lo sé. Salvo los partos, que los hice con epidural, nunca he sentido dolor. Sí me he dado cuenta de que tengo mucho aguante y creo que es una cuestión mental. Y también de edad. Dudo que a mis 20 o mis 30 años hubiera aguantado como estoy aguantando.
El trato humano ha debido de ser también importante.
-Fundamental. Cuando hay equipos que tratan a gente que se puede morir, el comportamiento es muy especial. Son personas con una calidad humana excepcional. Te internan mucho tiempo y te familiarizas mucho con ellos.
Ahora hace un año de aquella pesadilla.
-Sí, me ingresaron justamente el día 23 y la primera sesión de quimio me la dieron el 24 de diciembre. El día de Nochebuena.
Dame un titular de este año.
-Aprendizaje. Sobre todo, aprendizaje. Con unos primeros seis meses extremadamente duros y los últimos seis meses como unos de los más felices de mi vida. He recibido tanto afecto que he aprendido también a agarrarme más a la vida. A sentirme mejor en el mundo.
No pudiste celebrar la Navidad pasada.
-Siempre hemos reunido a toda la familia el día de Nochebuena. A la familia de Andrés y a la mía, y el año pasado hubo que suspenderlo todo. Imagínate el disgusto, sobre todo, para ellos. A mis dos hijos, que entonces tenían él 18 y ella 13, ya puedes imaginar lo triste que fue tener que decírselo.
¿El pronóstico te hizo pensar que no ibas a poder volver a celebrar otra Navidad?
-Sí, fue muy duro. Tuve una amiga, Gloria Segura, que murió de la misma enfermedad hace 10 años y yo la acompañé durante todo el proceso. Lo que pasa es que esta enfermedad tiene muchos matices y muchos apellidos. Leucemia es una palabra que abarca mil grados y mil tipos. Hay porcentajes de supervivencia pero, ¿en qué lugar estás tú? Eso depende de tantas cosas...
¿Qué porcentaje de posibilidades de sobrevivir tenías tú?
-A mi marido le dijeron que tenía el 50% de posibilidades de sobrevivir y me aferré a esa mitad. Después, en el camino tuve complicaciones, una fuerte neumonía, por ejemplo. Hubo un par de momentos en los que sí pensé que iba a morir, pero vi a los médicos y a las enfermeras tan eficaces que confié en ellos. Me explicaron que esto es una montaña rusa.
¿Tienes algún buen recuerdo de tu paso por el hospital?
-Los momentos en los que me encontraba bien, con mis películas, mi inglés. Aproveché para estudiar inglés. Aunque lo había estudiado toda mi vida, siempre me había sentido acomplejada porque no lo había aprendido bien. Ahora estoy estudiando italiano. Estoy convencida de que lo parloteo en tres o cuatro meses. Los idiomas me han ido muy bien para disciplinarme. Es un ejercicio mental muy bueno. Las células cerebrales se mantienen más jóvenes y tienes la sensación de que aprovechas el tiempo.
¿Has cambiado tus hábitos de vida a raíz de la enfermedad? ¿Te alimentas de otra forma, por ejemplo?
-Nada. Yo siempre he llevado una vida muy saludable. Me alimento muy bien, siempre he comido mucha verdura y mucha fruta. Me he ido cuidando con las cantidades, porque soy muy comilona, pero nunca me he privado de nada. Cuando he acabado el tratamiento les he pedido a los médicos que si era necesario que llevara alguna dieta en particular. Pensaba que a lo mejor, para recuperarme, era mejor que comiera muchos plátanos y pocas lentejas, por decir algo. Pero ellos me han dicho que no, que nada. Que tengo que comer de todo menos crudos. Y mira que lo siento porque la comida japonesa me entusiasma.
¿Qué pensamientos te ayudaban a seguir luchando?
-Te viene de forma natural. Es el instinto de supervivencia. Tengo tantas ganas de vivir, de ser feliz. Cuando cierro la puerta de mi casa, lo tengo todo: una pareja a la que quiero mucho, dos hijos que solo me dan alegrías. Cuando estaba con el tratamiento pensaba: “¿Cómo voy a dejar esto así sin más?” Tampoco he querido tomar ansiolíticos ni pastillas para dormir. Prefería tener la cabeza clara, asumiendo los riesgos que estaba corriendo, pero disfrutando también a tope los momentos buenos.
¿Resulta difícil mantener la dignidad cuando se está enfermo?
-Soy muy disciplinada para los temas de limpieza.Yo estaba siempre perfectamente lavada, peinada, perfumada y con un pijama bonito incluso en los momentos más difíciles.
Poco antes de que te diagnosticaran la enfermedad coincidimos en un restaurante. Tú estabas con Andrés y me llamó la atención lo enamorados que se os veía después de tanto tiempo. No erais la típica pareja que se sienta a la mesa y no habla.
-Es verdad que estamos muy enamorados y que lo pasamos muy bien juntos. El otro día me dijo Andrés: “¿Crees que algún día nos quedaremos sin conversación?”. No paramos de hablar porque él es una persona a la que le interesa todo. Y a mí me interesa todo lo que me cuenta: si hace una obra de teatro, si hace un viaje. Somos muy apasionados los dos. Andrés ha sido muy importante para mí. Yo tengo una familia maravillosa, tengo madre, tengo hermanos. Pero esa parte de la familia sufre tanto cuando pasa algo así, siente tanta angustia, que a veces no puede superarlo. Una pareja, en cambio, se pone a pelear contigo mano a mano.
No se separaba de tu lado en el hospital.
-Cuando yo sabía que ya estaba entrando en el hospital, ya me ponía contenta pensando en todas las cosas que me iba a contar. Había gente que me decía que no quería contarme que habían estado en un restaurante y se lo habían pasado bomba o en el cine porque pensaba que a mí me dolía saber que lo pasaban bien. Y se equivocaban porque yo con todo eso vivo. Sin embargo, me llamaba otra gente para preguntarme si quería compartir mi enfermedad con ellos porque tam- bién habían pasado por tratamientos muy duros y yo les respondía: “Bajo ningún concepto. A mí no me contéis penas porque si tengo dudas se las preguntaré a los médicos”.
Sí te ayudó el testimonio de Sandra Ibarra.
-No me contó batallitas, y eso que ella ha vivido muchas y muy duras. Me dijo algo que me sirvió mucho: “Concha, el tiempo que estás allí también es vida. No hagas un paréntesis”. Tiene razón. Hubo momentos duros pero también me he reído mucho.
Viéndote nadie diría que has pasado por algo tan duro. ¿Cómo superaste las secuelas físicas del tratamiento?
-El secreto ha sido ver que mi marido me seguía viendo como a una mujer. La mirada de deseo ha hecho que yo no me sintiera como una mujer derrotada incluso en los momentos más difíciles. Al tratarse de un trasplante de médula autólogo no he tenido después un tratamiento médico muy agresivo. La cara hinchada, pero dentro de un orden. El cuerpo ha reaccionado bastante bien porque hago ejercicio.
¿Cómo llevaste perder el pelo?
-Me afeité la cabeza. Ahora llevo peluca y ya no la odio. Al revés, es mi aliada, mi compañera para salir a la calle con confianza y no sentirme enferma. No he visto un deterioro muy grande. La piel se resecó mucho, me la hidrato. Sé que habrá que acometer cambios pero lo iré haciendo poco a poco.
Incluso bromeas. Dices que lo mejor que tiene la peluca es que va sola a la peluquería.
-Me gustaría reivindicar a la mujer que hace estas maravillas de pelucas. Se llama Mercedes Garrosa y está especializada en pelucas oncológicas. Me la encontró Andrés, la conocía del cine. Ella es, además, simpatiquísima, te da muchos ánimos. Hace pelucas de pelo natural porque el sintético es terrible. A mí me tomó muestras de mi pelo antes de que se me cayera, me lo han puesto del mismo color, el mismo corte.
Tendrás ganas de quitártela.
-Al principio, sí, pero ahora he decidido que me gusta esta imagen y que ya me la quitaré cuando me vea más segura. Ahora ya tengo mi pelito corto y con bastante fuerza.
¿Cómo pasas esta Navidad después de una en blanco?
-La pasamos en Madrid porque Andrés está con el musical ‘El último jinete’. Siempre hacemos un viaje en estas fechas, pero él está con mucho trabajo y hay tantas cosas que hacer en Madrid que no me voy a aburrir.
¿Cuál será tu brindis de Año Nuevo?
-La primera palabra será salud. Salud y amor. El dinero también es importante para la tranquilidad, sobre todo en estos momentos en los que hay tan gente pasándolo mal.
¿Qué opinas de que se pueda privatizar la sanidad pública?
-Estoy radicalmente en contra. Quiero expresarlo y gritarlo donde sea porque el argumento de que es mejor la sanidad privada es perverso. Si a usted le hemos escogido para gestionar lo público, gestiónelo. Yo creo que se puede mejorar la gestión, pero desmantelar la sanidad pública es un desastre. Yo me he tratado entre lo publico y lo privado porque tengo un seguro y puedo escoger. Pero la sanidad pública nos sale barata y sobre todo ahorramos en salud.
¿Cuándo vuelves a la tele?
-Estoy preparando un programa semanal con Mediaset que tendrá un gran contenido político y social. Creo que para febrero. Yo estoy muy animada aunque cruzo los dedos porque tengo mucho respeto a la enfermedad que tengo. No siempre es un camino en línea recta.